Según las estadísticas del Juzgado de Instrucción en Violencia de Género y Protección Integral de Menores, durante el mes de febrero se incrementaron en un 45% las denuncias por ASI (Abuso Sexual Infantil). La mayoría, fueron niñas. Dentro del análisis que hacen desde el Juzgado, la chaya (evento, fiesta, encuentro, reunión) surge como un elemento común dentro del contexto de estas denuncias.


No quedan dudas que es un dato significativo, y muy preocupante… pero inmediatamente se me viene a la cabeza el debate (o molestia) que generó hace apenas un par de semanas, que el primer premio del concurso de microcuentos organizado por la Secretaria de Cultura, hable sobre la violencia de género, mas precisamente la cultura de la violación («Entierro» se llama, de Paula Salman). Con estas estadísticas dolorosas en mano hoy, me vuelvo a preguntar tantas cosas… y me vuelvo a responder otras tantas.

Afortunadamente hace un buen tiempo que las discusiones sobre la violencia machista y las desigualdades rompieron los muros de contención donde históricamente se alojaron (espacios académicos y militantes), para instalarse en la cotidianeidad, en la conversaciones de amigues y familiares, en el periodismo y las escuelas; en las editoriales, en el cine, en las salas de pintura, en el teatro, en las canciones, en los cuadros.

El arte nunca fue ajeno a las demandas de la sociedad porque para eso está, para generar reflexión, discusión y también políticas, si pretendemos que algo cambie. Bienvenidos sean todos los microrelatos que nos ayuden a entender de qué se trata la violencia machista, a dónde se esconde, y de qué formas.