La joven de 18 años denunció que fue abusada sexualmente por su abuelo paterno mientras era adolescente y quedaba a su cuidado. Saber de otros casos que se animaron a ir contra el agresor, la ayudaron a poner en palabras un trauma que todavía la acompaña. Pide celeridad judicial y que “vaya preso por lo que hizo”.


Cuando tenía 16 años y gracias a la terapia psicológica P.V. se animó a contarle a su madre y padre algo que la marcó: «mi abuelo me abusó». La denuncia judicial llegó en medio de un hecho, más que insólito, grave y preocupante: “la primera vez que denunciamos se extravió y tuvimos que hacerla de nuevo, contando todo lo sucedido otra vez”, explica sobre un claro caso de revictimización judicial.

“Este señor, Carlos Raúl Verón, abusó sexualmente de mí sin medir que era su nieta y en ese entonces menor de edad”, dice un escrito que P. redactó para buscar en los medios y otros espacios esa justicia que en los tribunales de La Rioja todavía no logró siquiera que él sea procesado o detenido por el presunto delito.

En octubre de 2018 la denuncia por abuso sexual contra el papá de su propio padre ingresó en el juzgado de Instrucción N° 3, que en aquel momento estaba a cargo del juez Gustavo Farías. Desde entonces y con cambio de magistrado en el medio por la licencia de Farías pasaron 19 meses en los que el avance judicial fue muy poco. El acusado, un docente jubilado, sigue en libertad «y frecuentando espacios cercanos» a la víctima, asegura su mamá.

PONER EN PALABRAS

P. recuerda que empezó a concurrir a terapia porque algo no estaba bien en la forma de relacionarse con sus amigas y vivir la adolescencia. No le gustaba salir de noche o asistir a lugares donde se consumiera alcohol, rechazaba las invitaciones de amigas y se alejó de su entorno. Es que a los 14 años un hecho la atropelló y seguramente marcó para siempre. “Los lugares en los cuales abusaba de mí, fueron mi casa, su casa y lugares públicos, específicamente en el centro, siempre estando cerca de mis padres y resto de la familia”, recuerda en un papel.

Hoy la palabra “abuelo” tiene para ella una carga distinta a la afectiva o amorosa. Es sinónimo de lo incorrecto, del atropello, del miedo, la culpa y el horror. El alcohol, la noche y algunos lugares públicos son la remembranza de esa violación que aún tiene fragmentos borrosos.

“Me manoseó y me forzó a darle besos a pesar de mi resistencia y de decirle que no. Intenté escapar diciéndole que quería ir al baño, pero el me retenía diciendo que no, que me quedara con él; hasta que me dejó ir con la condición de que volviera. Pero me encerré a llorar en el baño mientras me lavaba la boca del asco que me daba y el gusto a cerveza que me había dejado, porque sí, cada vez que lo hizo estaba alcoholizado”, relata.

Asegura que ese no fue el único, hubo otros episodios: al salir del ex “bowling” con la promesa de llevarla a lugares donde estuvieran solos sin que nadie los viera. También, asegura, le confesó que pagaba lugares «para pasar la noche con mujeres».

P. reconoce que le costó mucho poder hablar, “expresar mi gran temor a ir a su casa y que me dejaran sola con él, porque si lo hizo borracho más de una vez estando mi familia cerca, quién me asegura de que no me iba hacer nada estando completamente solos”. ,Hoy asegura que escuchar el relato de otras víctimas que se animaron y fueron acompañadas por su entorno, la impulsaron a hablar.

Como sucede frecuentemente con los abusos intrafamiliares, la reacción, apoyo o indiferencia de los parientes, juegan un papel clave: “Uno de los factores por los cuales me costó tanto hablar fue que mis tíos paternos no me creyeran y mucho menos me apoyaran, y que al separarse la familia perdiera el contacto con mis primitas. Y así fue, como lo pensaba”, cuenta P. sobre el cimbronazo familiar que se generó luego de sacarlo a la luz.

REVICTIMIZAR

Actualmente la investigación que se instruye en el juzgado a cargo de Ariel Bacco, quedó en una meseta por la paralización del sistema judicial a raíz de la crisis sanitaria, pero el retardo que denuncian no tiene ahí su única explicación. La familia asegura que en estos 19 meses hubo muchas trabas que llevaron a reprogramar en varias ocasiones la Cámara Gesell, suspender audiencias minutos antes de realizarse, o la demora de las pericias psiquiátricas tanto a ella como a él, que se negó a realizarla argumentado problemas cardíacos.

“Tuvimos muchas chicanas de la otra parte, recursos que se presentaban y demoraban el proceso y tampoco ayudó el cambio de juez en ese juzgado”, dice Paola Mébar abogada de la víctima, en referencia a la licencia que tomó Farías y por la cual el juez Bacco debió reemplazarlo en agosto del 2019.

«La primera vez que hicimos denuncia nos dijeron que se había perdido. Hubo que repetir informes médicos y psicológicos. En estos dos años muchas veces mi hija tuvo que prepararse psicologicamente para ir a la Cámara Gesell y cuando llegábamos nos decían que había una fecha mal puesta y que no la podían realizar. Todo eso fue muy traumático para ella», relata la mamá de P. que desde el primer momento la acompañó en este camino pedregoso contra su ex suegro.

Por unos pocos meses la denuncia de P. no se tramitó en el juzgado especial de Violencia de Género N° 1 que se creó ese mismo año. “Probablemente si hubiera entrado en el juzgado de violencia estaría más encaminado”, consideró Mébar en alusión a la perspectiva de la justicia para abordar los casos de violencia género.

La causa está caratulada como abuso sexual simple pero la abogada considera que hay elementos, como los informes de la médica, para avanzar en el cambio de calificación: abuso con acceso carnal aprovechando la situación de convivencia preexistente, ya que en ocasiones ella quedaba a su cuidado. “Con el cambio de caratula también buscamos la detención”, precisó Mébar.

JUSTICIA SOCIAL

Los tiempos de los tribunales o de algunos juzgados sin dudas no son los de las víctimas, que cuando por fin se animan a hablar buscan reparar un dolor, sanar un trauma, encarcelar a su agresor o simplemente no cruzarlo en espacios comunes. Si este caso no llega a ningún lado judicialmente que por lo menos exista una condena social, algo que hoy en día tiene mucho más peso. Estoy cansada de no poder transitar ciertos lugares sola, por miedo a cruzarlo y que pueda tener una mala reacción para conmigo”, asegura la joven.

“El jamás lo negó, solo dijo que siguiera haciendo terapia y que estaba dispuesto a poner el pecho a las balas si lo querían denunciar, pero hoy ni siquiera es capaz de presentarse a declarar poniendo la excusa que tiene problemas del corazón y le hace mal hablar de su nieta”, relata.

Ella reconoce los daños psicológicos con los que convive y busca sanar. Lucho día a día para poder superarlos y continuar con mi vida. Tengo 18 años y no puedo estar sola con un hombre mayor y hasta hace unos meses ni siquiera podía juntarme sola con un amigo. No puedo tener una relación como la que tiene cualquier joven en la actualidad porque me siento usada, me cuesta creer y confiar en que alguien se acerca a mí por afecto y no para aprovecharse sexualmente. Porque ese fue el modo en el que él lo hizo conmigo, diciendo que me amaba, comprándome todo lo que quería, pero aprovechándose de mí. Y si lo hizo nada más y nada menos que mi “abuelo», por qué no lo puede hacer un desconocido?”, se pregunta.

Hay una parte de la historia del horror que P. no recuerda y en parte agradece que así sea. Su cuerpo acusa lo que la mente no puede procesar racionalmente: “cada vez que me hablan de eso no puedo dejar de temblar y en su momento me generaba una crisis de nervios, lloraba sin saber el porqué. Es como si mi cuerpo manifestara aquella parte que aún no puedo contar”, describe.

Hoy espera la justicia y ya no siente culpa si a su abuelo “le pasa algo” por haber hecho público su padecimiento. Y concluye: “El supo decir que ´todos nos encontramos cruzando las vías´, yo hoy digo que ´nadie cruza las vías, sin antes pagar por todo lo que hizo en vida´. Las cosas pasan por algo, a él no le importó que yo fuera de su familia. Y si tiene que ir preso, que vaya”.